miércoles, 11 de julio de 2012

La Llamada


Era una noche común, nadie hacía nada interesante y los segundos pasaban como minutos. Los perros callejeros ladraban sin parar, pero aún así se sentía que el silencio dominaba en la casa. Mi celular estaba en modo vibrar y mi mente en otro mundo. No recuerdo en qué pensaba, o qué fantasías estaba viviendo, pero el temblor del celular me despertó bruscamente de mi sueño. Lo tomé y vi la pantalla; era un número que no tenía registrado el que me llamó. No quise contestar porque simplemente no me da espina contestar números desconocidos. Dejé el celular a un lado, y me dispuse a recuperar mis fantasías nuevamente, pero un nuevo vibre del mismo número me volvió a interrumpir. Por mi mente pasó que el que estaba llamándome era mi héroe, el que me rescató de la tempestad, el que me sacó del abismo sin fondo en el que estaba cayendo, la pequeña luciérnaga y gran sol en medio de la oscuridad que me tenía atrapado. Contesté. No reconocí la voz. No sabía quién era. Hasta que me dijo su nombre.  

Tenía tanto tiempo sin saber ni pensar en esa persona. Había olvidado por completo su existencia. Nunca más habíamos tenido contacto y la verdad nunca pensé que lo volvería a escuchar. Hasta el tono de su voz olvidé. Era él, el que me había empujado al abismo sin fondo, el que me abandonó en la oscuridad, el que me clavó un puñal por la espalda. Era el Diablo. Me quedé helado. No sabía qué hacer, si cortar la llamada o escucharlo una vez más. “No me tranques” me dijo. Así que opté por esa opción aunque no sé si fue la correcta. ¿Qué tenía que perder? Mi paz, mi tranquilidad y mi estabilidad emocional. Por suerte las conservo aún conmigo, aunque a veces quieran escaparse de mis manos. 

Fue una conversación tan inestable como él y yo juntos. Me aclaró cosas innecesarias, que no me importan,  recordamos anécdotas, nos reímos, también sufrimos y pasamos arrecheras. En sus momentos de ira de su boca salían porquerías, arañas, gusanos y cucarachas; cosas que me aterraban y lastimaban. 

No sé en qué momento se terminó la llamada, pero quedé un poco pensativo. El desequilibrio prometía adueñarse de mí y hacerme llorar, pero no lo permití.

No quiero ser amigo del Diablo, no quiero ir al infierno otra vez, no quiero estar perdido en la oscuridad de nuevo, no quiero volver a sentir otro cuchillo en mi espalda atravesándome el corazón, no quiero. No puedo dejarme convencer, no puedo. 

Adrian Jimeno.